Un nuevo caligrama de recorrido de mi puño y letra con idéntico formato, la alternancia de caligramas locales con versos sueltos u con versos en formato clásico que, como siempre se acumulan en el desenlace o colofón final y, como es habitual, donde, además de los diseños figurativos, las mayúsculas y su tamaño creciente o decreciente marcan gritos existenciales igualmente crecientes o decrecientes.
"Arrastrar el carro por la pendiente", abre el poema para indicar que yo, como todos, arrastro mi propia existencia: lo que soy, lo que pienso, lo que he hecho, lo que intenté y no pude, lo que conseguí, mi vida, mis vivencias, sensaciones, recuerdos, placeres, dolores y la pendiente es la caída, el lugar a donde me conduce mi existencia y mi percepción de ella-
La antítesis de la pendiente es cuanto la provoca, las rampas que me acechan o con las que me acecho de la obsesión al delirio, las dudas que se conforman sospechas de conducirme a la agonía o a la Nada que me ningunea en la supervivencia, la de existir siendo una maleta, mero equipaje de la cotidianeidad que se rutiniza o se monotoniza par ser solo tiempo y espacio, ese tiempo que es la espada de Damocles con la mi propia existencia me condena (y eso es precisamente el siguiente caligrama local en el que la espada, por triplicado es el péndulo en sí mismo y el viaje el tiempo que se repite monótono y alternante hasta dejar su vaivén en un tiempo aún no alcanzado pero que será el de mi muerte.
La vida es percibida como un dolor y la necesidad de ella como vivencia plena sin esa obsesión que me asfixia, un grito que urge su liberación,
El colofón final claramente lo confirma.
El péndulo me explica a mí mismo en la percepción de la vida y es el Tiempo en sí mismo porque es todo el tiempo posible en mi existencia, que surge cuando nací, es vida como acumulación de vivencias y dejará de ser tiempo y percepción del espacio, justo cuando acabe mi existencia.
En ese juego, la acumulación de convergencias de lo vivido, lo conocido, lo existido, lo recordado, lo olvidado con el azar y el espacio donde se produce marca el viaje como un columpio, una barca en las olas del Cosmos que no tiene posibilidad real de marcha atrás aunque pase millones de veces por la misma sensación, pues la acumulación de experiencias hace que cada vez sea distinta por mucho que se parezca. Es más, con ella se acumula la impercibilidad de que mi concepción de lo evocado (y por tanto reconocido), es distinta cada vez que ocurre y solo cobrará su sentido y su ubicación en el viaje, justo cuando este termine.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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