viernes, 17 de febrero de 2012

DESHILVANANDO EL LABERINTO HALLARÁS LA PUERTA A UNO MAYOR DONDE HABITA NUESTRO ABSURDO

Título, caligrama y poema se enzarzan en un juego simbólico sintético y complejo como una sola unidad. Si los caligramas pueden ser de muchas clases y su relación con el diseño puede solaparse, construirse, articularse aquí la simbiosis es disémica. El dibujo, lineal y el poema se entrecruzan, se combinan, se yuxtaponen y componen una totalidad complementaria que sólo surge de la fusión de contenidos pero no de formas.


El dibujo es lineal  y sintético y compone  dos áreas diferenciadas y cercenadas por un poema no menos caligramático, que marca escalones primero y una sinuosidad quebrada que parte a la izquierda de la imagen y divide, cercenando el cuello de una figura realista e incompleta de un hombre a su vez cercenado en su cintura y que pertenece al área de diseños inferior, y luego  se requiebra para descender hasta el final de una primera parte que acaba en lo cotidiano (día a día) y aprovecha la coma para ascender en un nuevo tramo de caligramas, esta vez, a la derecha de los dibujos lineales y descendente, pero situándose a la derecha de ambas zonas de dibujos. En esta nueva zona caligramática del poema, las palabras diseñan por sí solas formas figurativas, cadenciales y simbólicas, en relación con su contenido y consigo mismas. Así de la hélice conforma precisamente una hélice, del caracol, un caracol, del vértigo compone un vertiginoso abismo de caída para introducir un nexo en sabrás que y dos por uno aparece en forma lineal jeroglífica para conducirnos a su nexo, no es, con infinito y el zig-zag final que, de forma escarpada nos conduce al final del poema.

Las dos áreas de dibujos lineales aparecen claramente diferenciadas por su contenido (caras sintetizadas en su contorno y contenido en la parte superior frente a una serie de figuras individualizadas, pero igualmente yuxtapuestas, que componen un recorrido conjunto y articulado en la parte superior), por su factura (las caras de la parte superior componen un conjunto de 8 caras que se acumulan y sobreponen y están hechas con un único trazado aunque a veces nos parezca lo contrario y tiene una lectura global dual, porque componen ocho visiones o posiciones distintas que compondrían, por una parte, una visión acumulada en torno a una misma cara, que incluiría, girar como en el cubismo, alrededor de una figura estática la de la cara, que, como el cubismo supone una síntesis de rasgos para dar sentido de volumen, y por otra, sintetizar la figura y el recorrido temporal en ocho focos de visión que partirían de la visión en perspectiva caballera, con la cara mirando a la izquiera, la visión frontal, la de perfil mirando a la izquierda, vuelta a la visión frontal, visión caballera mirando a la derecha, visión lateralizada mirando a la izquierda desde atrás y finalmente, la cara totallmente de espaldas. La otra visión, complementaria a ésta, nos haría ver ocho figuras yuxtapuestas de ocho personas distintas a partir de sus caras en distintas posiciones. Por el contrario, las figuras de la parte inferior suponen trazos distintos y cerrados para cada dibujo, por lo que a pesar de yuxtaponerse, son autónomas en su trazado, lo que no impide la acumulación articulada de una única lectura).

Por último, los diseños de la parte superior, más allá de su lectura, conforman una unidad temática y figurativa, son caras y su lectura supone un conjunto en sí mismo, mientras que el conjunto inferior acumula tres núcleos imágenes relacionados entre sí. Por una parte, las figuras humanas yuxtapuestos a los androides; por otra parte, la mesa con una fuente con frutas, pero también el vaso de vino que se relaciona con las dos botellas de vino junto a la pareja de frutas.

En el grupo de humanos y androides, sólo el androide que está a la izquierda está completa (aunque su cara, expresiva, carece de ojos), otro androide carece de brazos y su móvil cabeza sumaria y sin expresión, acumula tres cabeza que son la misma agitándose. Luego están los dos hombres. El más realista, semitumbado y musculoso, presenta cabeza, tórax y un brazo completo (el otro está a medio realizar: no tiene mano) y carece de abdomen y piernas. El otro hombre se inclina sobre la mesa en cuclillas, pero carece de brazos para coger lo que ésta soporta. Los hombres están desnudos. La mesa tiene una fuente de frutas (naranjas o manzanas) que se yuxtaponen y un chato de vino.

Las botellas, junto con dos piezas de la misma fruta de la fuente, aparecen a la derecha de la mesa, en tamaño mayor al de la proporción de la mesa, una está tumbada y vacía junto a las frutas, y otra, en pie y medio llena y estarían fuera de la mesa, en el suelo.

El poema, mi poema, reza lo siguiente, empezando por el diseño de la izquierda y siguiendo el orden natural:

Si buscas en el gentío
de rostros
y en el paisaje
androides humanos
que comen y beben contigo
día a día,
de la hélice del caracol
del vértigo sabrás
que 2 por uno no es infinito
aunque te lo explique tu vaso de vino

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ


El poema por sí sólo explica su relación con el diseño y su simbología. Todo el compone una misma frase que relaciona ambas áreas de diseños. El gentío de rostros es una alusión clara al área superior. El paisaje de androides humanos que comen y beben día a día contigo alude directamente al cuadro inferior y la aclaración final alude a la complicación interpretativa que acumula el tiempo (la hélice del caracol del vértigo) que, en el transcurso de la vida te precipitan hacia tu negación continua y tu muerte en vida y en realidad (muerte corporal). La relación matemática con el infinito te desvela que las reglas, las normas, las concepciones que nos parecen como exactas, nunca lo son, porque la vida alimenta ficciones factibles (las frutas) y es un narcótico (el vino) que crea ficciones que se te aparecen reales cuando no son más que visiones subjetivas en donde lo subjetivo y lo objetivo se funden para imaginárnoslas, según la proporción de una y de otra, reales o ficticias.

Falta observar los dos planos de caras y androides. Las caras de un mismo ser acumuladas son las distintas visiones que el paso del tiempo nos dan de una misma realidad, determinada por nuestra conciencia, el momento en que se produce y la acumulación de expesiencias.

Las caras distintas son las distintas visiones ajenas que giran alrededor de nosotros, obligándonos a lecturas determinadas.


Los cuerpos de androides suponen nuestra realidad atada a las rutinas, a las obligaciones y a una realidad tirana que nos aboca a vivirla a su paso. Los hombres desnudos, son los sentimientos, los gustos, las sensaciones, los dolores, incompletos, frustrados y, a veces no deseados. Por eso uno carece de brazos y otro de piernas: uno no puede andar y debe esperar lo que la realidad le ofrece, el otro puede moverse ante una realidad, el mundo, la mesa, que le ofrece sus frutos y sus tentaciones, a los que sólo puede acceder a bocados de egoismo y rabia.


Con ello la relación de imagen, poema y título se complementa a sí misma: ese es el laberinto de la vida que conduve a la puerta de la muerte que desvela el absurdo infinito de nuestra existencia desvelándose, inabarcable, a sí mismo: Haber vivido buscando un sentido a nuestras vidas para saber que siquiera tenemos sentido por nosotros mismos sino sólo como seres que existen y viven su presente desde el nacimiento hasta su muerte.



lunes, 6 de febrero de 2012

CIERVO II

El caligrama, en la línea del anterior, Sabueso ibérico, glosa las virtudes tópicas del ciervo como símbolo de nobleza, fuerza, virilidad y fertilidad como aquellas que le han convertido en víctima propicia del hombre cazador. Con cierto realismo rayano en lo caricaturesco, representa al ciervo macho como uno de eso símbolos que sacan de la verdad de la Naturaleza en su papel de reproductor selectivo, tras vencer a sus émulos o rivales, como el más válido para la continuidad de la especie, tanto en su papel reproductivo como en el de defensa de su harén y su prole.

El ciervo simboliza como nadie (al igual que el toro bravo) ese papel y lo hace con nobleza y con justicia y, sin embargo añade un plus de gracilidad y belleza que contrasta con el de la fuerza y la tenacidad representado que veríamos innegable en el toro bravo.

El ciervo macho, como el león y como todos los machos que, más allá de la lucha (en este caso la berrea) que año tras año debe repetir hasta ser destronado, gana con eso el derecho exclusivo a cubrir a la hembra sino a todas las hembras que incluyan su territorio, ha ganado por ello, como por su elegancia, belleza y gracilidad, tanto como por su fertilidad, el peligroso papel de erigirse en trofeo de la virilidad humana del cazador y del guerrero (peligro que ya en el mundo animal le supone el valor añadido de ser el protector de sus hembras y su prole frente a todos los enemigos de otras especies predadoras y rivales de su misma especie), adquiriendo, como sus iguales, el funesto valor de ser preferido como pieza cinegética en la única especie que, rompe las leyes de la Naturaleza, para escoger antes a los reyes que a los vasallos para añadir a la caza un funesto valor bélico y deportivo que otras piezas no tienen. Por eso el caligrama glosa sin dobles sentidos, todos sus valores tópicos para engrandecer su nobleza y belleza en contraposición al de aquel que consigue una caza justa, pero ventajosa con respecto a sus víctimas, el hombre.

Con ello proclama al ciervo macho, como al lobo y como al oso, rey de nuestros bosques, cuyo cetro sólo el hombre cazador disputa.

El poema que lo compone delinea su contorno y las sombras interiores sin acceder en nada al exterior de las sombras o el prado y forma parte de un conjunto de poema (Ciervo) y caligrama (Ciervo II), que, a su vez contiene y es conformado por un poema propio distinto del anterior y que es el siguiente:

¡Cuán bien luce la corona en mi cabeza!...:
Descarnado émulo de un roble enhiesto
que al invierno rete en su fría batalla
siendo blasón de su tesón y nobleza
que, con sólo su presencia y con su gesto,
al aguerrido rival en todo acalla.

Y soy rey, corona llevo y coronado
protejo mi harén y mi prole de acecho.
Campo abierto, bosque o pradera, es mi techo,
donde el lobo y el oso han disputado
mi vida o la de mis iguales de antaño
y sólo el hombre cazador es mi daño
que me exhibe, trofeo en sus paredes,
un muerto rey que su mano ha destronado,
capturado así en su reino y en sus redes.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ