Aunque nos pueda parecer prosaico y poco poética, la vaca, como todos los animales domésticos tienen tanta poesía como la Naturaleza y los animales salvajes y, claro está, tanto la vegetación salvaje como la que tiene la vegetación relacionada con la alimentación y la economía humana. Si la Naturaleza tiene la belleza salvaje más puro que nos mueve a la contemplación de la misma en su inmensa belleza. Paisajes, elementos geológicos y orográficos (montes, cordilleras, volcanes, ríos, manantiales, lagos... desiertos, acantilados, playas, el mar, los océanos.... tantos y paisajes por sí mismo increíblemente hermosos)... vegetación natural (páramos, sabanas, bosques, praderas, maquias, garrigas, manglares)... y lo mismo si pasásemos a las plantas concretas que los integran... ¿Y qué decir de la belleza hipnótica de la fauna salvaje, tanto en sus conjuntos de hábitat como en todas y cada una de las especies que habitan y habitaron este planeta, azul de vida... La relación con el hombre, nefasta en muchos sentidos, por su negligencia y su innegable capacidad destructiva, ignorante del valor de la Naturaleza y de que este no era un bien inagotable que utilizar si no el nexo que nos une a todos a la vida, no podemos negar la belleza de mucho de lo que hemos creado en nuestra relación con la Naturaleza y siguiendo los presupuestos originales de la vida: para la supervivencia de nuestra propia especie, nuestro clan, nuestra familia, con nuestra descendencia y nosotros especie. No en vano, los clásicos y ya después sus imitadores prerrenacentistas, renacentistas, neoclasicistas...) sumaron al locus amoenus (el lugar idílico y bucólico, el paisaje natural de belleza hipnótico que propicia el idilio), el beatus ille (ese lugar campestre apto para la consunción del ser humano con la Naturaleza, que a la contemplación de la belleza y su pureza y paz unió las tareas primarias de subsistencia: agricultura, pastoreo, ganadería y las artesanías y artes que amplían y alimentan el espíritu alejándolo del mundanal ruido, la ambición y la explotación propia del mundo urbano, con su culto al comercio, su represión y su carga de obligaciones, monotonía y esclavitud...) y por ello, los animales domésticos, los jardines y los cultivos adquieren una dimensión lírica y poética propia de todo lo que, sin ser natural, se aleja lo menos posible de ello.
Además, gracias a ello, cultivos, animales domésticos... hemos llegado hasta aquí alterando su vida natural y su nexo con lo salvaje y no sólo en la vida, alimentación, sino también en su morfología, para nuestro uso y provecho... Tenemos una obligación moral de mantenerlos con vida y a nuestro aunque, en más de uno, su uso es, hoy en día, un lujo o un capricho. Merecen todo nuestro respeto, nuestro amor y nuestro reconocimiento.
Por ello, esta Vaca, que será lechera, se incluye en mi serie de Animales domésticos, compone un pictocaligrama que incluye mi diseño y un poema, mi poema, que se inscribe es las sombras naturales del animal para describirlo más en sus actitudes que físicamente.
Para comprender su proceso de ejecución, en este caso partiremos del diseño. En concreto, este es mi diseño original:
Un diseño figurativo y realista porque el juego de símbolos abstractos ya se producen en el poema y, de lo que se trata es de hacer comprensible que el poema se refiere a una vaca doméstica, una vaca lechera que ha de ser identificada como tal con lo que se describe en el poema.
Acabado el diseño del soporte genérico, la imagen que yo dibujo, pasamos al poema que me sugiere la visión del mismo y mi poema es este:
El amplio verde en un tapiz de vida...
La paz campestre también la alimenta.
¡Triscar, triscar!... césped, heno con menta,
fresas salvajes cuando hay de partida.
La iglesia al cuello llevo con paciencia...
¡Talán, talán!... Por doquier me acompaña...
Paso calmado... El pasto es una ciencia.
Digestión lenta no requiere maña.
Madre perpetua sin ver los becerros
y leche y leche que no sé quién mama.
Y aunque conozco la paz de los cerros,
las que compartimos establo y cama,
todas desconocemos dónde pastan
nuestros hijos y en qué juegos se gastan.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
Comienza situando al animal en su hábitat natural, la pradera montana con su paz que le da una vida lo más próxima a la natural. El término ¡Triscar, triscar! adquiere un doble sentido: triscar de escalar, subir las laderas de las montañas, como el otro uso, de comer hierba, pastar y acto seguido, lo que come (césped, heno con menta, cuando la hay, y fresas salvajes si las encuentra porque es temporada)...
No cabe duda de que la iglesia que lleva al cuello es el badajo que la identifica y su sonido expresado en paralelo al paso y al constante comer mientras pace y dos elementos psicológicos importantes... la paciencia en ese alimentarse pastando y la lenta digestión propia del rumiante que, por otra parte no requiere ingenio alguno como sí lo requiere la caza de los predadores que se alimentan preferentemente de herbívoros.
Los dos tercetos últimos nos identifican la vaca lechera y su ligazón natural con la cría de unos becerros
que sólo ve al nacer y los primeros días, pero sí le mantienen la leche para que siga produciendo y como ello es común a todas la vacas lecheras.
Lo siguiente es encajar el poema al soporte original para conseguir el pictocaligrama definitivo, que acabará siendo este:
Manteniendo el realismo figurativo, inscribo mi poema en la imagen que previamente diseñé, aplicándolo a las sombras, empezando, claro está por la cabeza, continuando por el cuerpo, el cuello, la extremidades anteriores y, definitivamente las posteriores.
Las letras son minúsculas cuando el espacio es estrecho y la sombra, somera. A medida que tamaño e intensidad de la sombra, las letras serán mayúsculas y mayores cuando la superficie se extienda.
El calibrado del rotulador o de la plumilla también variará en la misma escala: 01 y 02 lugares estrechos de sombreado menos intenso, 04 tamaño mediano de superficie en sombra y de intensidad de la sombra y 08 para los de mayor superficie de sombreado, mayor intensidad y letras de mayor tamaño.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ