sábado, 4 de marzo de 2017

CONTEMPLANDO MI SOLEDAD

Contemplando mi soledad alcanza carácter de símbolo de la humanidad actual más allá de la soledad personal implícita. En un mundo de seres humanos islas frente al océano de la muchedumbre que nos rodea, la soledad adquiere mayor relieve en sí misma. Es un alegato no solo contra el hecho físico y social sino contra esa irremisible sensación de sentirnos abandonados a nuestra suerte, monologando con nosotros mismos y sintiéndonos no escuchados por nadie. La vida en el mundo global nos convierte en fachada y como quien se quita el traje, la chaqueta, el polar con cremallera en este caso, de la teatral fachada cotidiana para poder sobrevivir, colgada en el perchero de los fingimientos por relación social, nos encontramos ante nosotros mismos en una realidad de relación ninguna. Nos contemplamos a nosotros mismos desde fuera y agrandamos nuestro relieves de islas ambulantes en una muchedumbre global que nos arrastra y nos vive la vida sin que podamos hacer demasiado para evitarlo. Desnudos de la piel que nos cobija, no somos más que nosotros mismos, y sentimos el frío inmenso de nuestra soledad.

Nuestra vida pasa y la sentimos ligera. liviana en el peso de la memoria... Parece que fue ayer lo vivido y ya no es nada, un soplo y el futuro se alarga de rutinas y urgencias que nos agobian... Tanto tiempo vivido y la sensación de no haber podido protagonizar nuestra vida ni encauzarla hacia esos sueños que fueron y ya son humo que se desvanece y saber que lo único cierto es caminar hacia el abismo de la muerte ya por la pura inercia de vivir ese sinvivir que nos encauza hacia él sin remisión... Es el hastío y la soledad se agiganta y nos diluye haciéndose retrato que identificamos como nosotros mismos.

Claramente un caligrama, sombra y pliegues del ropaje, del disfraz, el poema, mi poema, que lo compone, reza:
Ahorcada  frente a mí, fruto prohibido, 
frente al muto abandonada a su suerte,
esa espera interminable, ya muerte,
cercenando el nexo con lo vivido,

ahogando la pasión, ya desnacido,
un reloj de helicóptero ya inerte
gira sin fin lentamente y convierte 
su cuerpo deshabitado y omitido

en símbolo de soledad y espera.
Esa estatua, esa talla delatora
me describe bien en este mi ahora.

En mi espejo me veo aunque no quiera,
una isla en la mar de tanto absurdo,
un escollo vital tozudo y burdo.

La soledad me habló y me habla ahora
buscándole sentido a mi existencia,
indagando cuál pueda ser mi esencia,
y piensa, como yo, sonríe y llora

y siendo enrevesada y predadora,
me azuza la conciencia con vehemencia
y es por eso que, a veces, su presencia
tenaz vigilante, intimidadora,

me arrastra a laberintos insondables
y yo ya la echo de mí por no escucharla.
La dejo en esa percha abandonada...:

- ¡Si has de insistir en ello, ya no me hables
porque me agobias mucho con tu charla! -
Y ya fuera de mí, no dice nada.

No siento que estoy solo
                                       si no vuelvo a mirarla.

Mas si la miro,
                                    me veo a mí tan solo
que entre mis brazos vuelvo yo a estrecharla.
Me la pongo otra vez y en un suspiro,
rota esa soledad, de nuevo vivo
esa tristeza que me acosa terca.
Su sombra inmensa que crece y se acerca
y el fuego de la angustia que se aviva.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ


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