Como ya ocurriera con Kafka, el caligrama refleja el retrato del retrato de Goethe, el autor de Fausto, de Werther y otras obras magistrales de la Literatura Universal. Se plantea pues como un homenaje al autor, aunque aquí sin el nexo de su ciudad natal. El caligrama se construye con tres sonetos alusivos a su obra y a su vida y reza así (siguiendo las normas habituales de presentación, de arriba a abajo, de izquierda a derecha y antes el rostro que el torax cubierto por el gabán):
Nací en Francfort para ser Dios y fui
dramaturgo, poeta, novelista,
estudioso de todo y ensayita
y de filosofía me hice a mí.
Yo era mi mismo Fausto berbiquí.
Erudito, estudioso, equilibrista,
poeta, sí, pero dúctil prosista,
hipérbole creativa de sí,
que nació naoclásico ferviente,
y la propia razón, firme tirana,
feroz me arrastró hacia el romanticismo.
La locura del genio, hecha serpiente,
me asomó hacia el abismo en su ventana
y me hizo, así, fantasma de mí mismo.
Y fui Werther, fui Fausto y fui Clavijo,
el tormento del hombre fehaciente,
huracán de sí mismo, subconsciente,
el grito del suicidio, su amasijo,
la pasión del hombre y su crucifijo,
el ansia del conocimiento demente,
el dolor del amor más vehemente,
néctar del corazón, conspicuo alijo,
que no puede sufrir el abandono
de su fuente de pasión, imán vivo,
de su hipnosis animal, voraz fiera,
que devora su razón con encono
y lo arrastra a lo animal y lascivo,
donde la misma razón desespera.
Y fui Goethe, Fausto, Werther desatado,
la vorágine del tiempo mismo,
como el grito del hombre en su escapismo,
que huye de su corazón desalmado,
que a bocados lo tiene aprisionado.
Pero más huye del frío cinismo,
de la razón, arduo canibalismo,
que devora así su ente maniatado
con el saber, su vértigo castigo,
que abarca todo y todo lo demuele,
conciencia del dolor que hace mendigo
al rey, al sabio y al que piensa y suele
reflexionar sobre cuanto acontece,
y al hacerlo, de saber, envilece.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
dramaturgo, poeta, novelista,
estudioso de todo y ensayita
y de filosofía me hice a mí.
Yo era mi mismo Fausto berbiquí.
Erudito, estudioso, equilibrista,
poeta, sí, pero dúctil prosista,
hipérbole creativa de sí,
que nació naoclásico ferviente,
y la propia razón, firme tirana,
feroz me arrastró hacia el romanticismo.
La locura del genio, hecha serpiente,
me asomó hacia el abismo en su ventana
y me hizo, así, fantasma de mí mismo.
Y fui Werther, fui Fausto y fui Clavijo,
el tormento del hombre fehaciente,
huracán de sí mismo, subconsciente,
el grito del suicidio, su amasijo,
la pasión del hombre y su crucifijo,
el ansia del conocimiento demente,
el dolor del amor más vehemente,
néctar del corazón, conspicuo alijo,
que no puede sufrir el abandono
de su fuente de pasión, imán vivo,
de su hipnosis animal, voraz fiera,
que devora su razón con encono
y lo arrastra a lo animal y lascivo,
donde la misma razón desespera.
Y fui Goethe, Fausto, Werther desatado,
la vorágine del tiempo mismo,
como el grito del hombre en su escapismo,
que huye de su corazón desalmado,
que a bocados lo tiene aprisionado.
Pero más huye del frío cinismo,
de la razón, arduo canibalismo,
que devora así su ente maniatado
con el saber, su vértigo castigo,
que abarca todo y todo lo demuele,
conciencia del dolor que hace mendigo
al rey, al sabio y al que piensa y suele
reflexionar sobre cuanto acontece,
y al hacerlo, de saber, envilece.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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