Desde el inicio de los vanguardismos, la escritura automática, el lenguaje telegramático, el uso de mayúsculas para indicar gritos y las usos tipográficos para simbolizar formas visuales nos acercan al caligrama y, de hecho, no dejan de ser, muchos de ellos, caligramas parciales o locales de recorrido. Así lo pudimos observar en el Futurismo, en el Cubismo (que sí llegó al caligrama), el Ultraísmo, el Dadaísmo y el Creacionismo, como podemos verlo en este mi poema que incluye dos caligramas locales o de recorrido, así como usos tipográficos que simbolizan gritos;
El poema versa sobre el sentimiento o la sensación de dolor. Nos lo describe con metáforas en sus sensaciones y, algunas de ellas, como la sensación de caída, convertida gráficamente en pozo o sima que ensancha su grito de dolor en el fondo sin fondo donde nos espera la tenebrosidad, la zozobra, la incertidumbre de aquello que no tiene fin cierto ni conocemos su límite, y unido al agudo del violín que sierra y cercena, refuerza el dolor, convirtiendo al pozo sin fondo en clavo invertido para redoblar su efecto en la perpetuidad del dolor, convertida en un martillo percutor, que persiste en la sensación de daño con dolor eternizado para acercarnos a la simbolización existencialista como antítesis (la vida es un dolor) que nos hace percibirlo con otros ojos, aquellos que nos indican que, a pesar de ello, de esa percepción pesimista de la vida, el dolor es, como el placer, el gozo, la alegría, una demostración de que estamos vivos, puesto que su percepción sólo es posible, existiendo como estando vivo. Al menos en lo que conocemos.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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