Más allá de que los síntomas estén claros para una locura sin control, un mundo asfixiado y enfermo en el que el egoísmo y ambición sin freno del hombre y la parca visión de futuro del hombre y el entorno de la Naturaleza ninguneada y maltratada instante a instante y palmo a palmo, la realidad de todo ser, vivo y animado, muerto o inanimado y hasta mental es la destrucción y la desaparición. Más aún, todo ser vivo nace sentenciado a la Muerte y Condenado a Vivir. Como reza el poema que encuadra el pictocaligrama. Al nacer, firmamos un contrato en el que consta día, lugar y hora de nuestra sentencia y la Parca la cumple irremisiblemente y sin perdón.
El cráneo sonriente y macabro de la Muerte se explica por sí solo. Nos mira y parece reír sarcásticamente segura de que tú no serás más que un eslabón más de aquellos que se integran en su vasto, dilatado e infinito Reino, en el que habitan todos los que nacieron en cualquier momento y lugar de nuestra Tierra, de nuestro Sistema Solar, de nuestra Vía Láctea y del Cosmos y si le damos forma humana es porque así simboliza más evidentemente nuestros miedos y nuestra convicción de lo único seguro, nuestra muerte y la de todos los que existieron, existen y existirán do quiera que existan y por muy eternizables que nos tornemos...
El poema que lo integra, mi poema, redunda en el contrato que cada uno de los que nacimos firmamos para vivir como quien se apunta a un paraíso soñado, a una película de terror o a ambos incluidos como experiencia antes de volver al punto tácito del que surgimos.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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