El caligrama, un reloj, pictocaligrama, con el poema, mi poema fusionado al dibujo que lo enmarca, en unos casos, meridiano, en otros, confundido como agujas o entre el entorno de la esfera. Hasta mi firma juega al escondite convertida en la marca del reloj de pulsera. No hay mejor símbolo del tiempo y su paso irremisible y fugaz, como tenaz, que un reloj, en este caso, de pulsera.
No cabe duda de que el viejo y clásico tópico Tempus irreparabilis fugit es, fue, ha sido y siempre será una obsesión para el ser humano. Lo fue para el hombre prehistórico que esperaba la primavera para pedirle a la Diosa Madre la fertilidad de las hembras grávidas de sus presas pintadas o grabadas en las paredes y lo fue cuando descubrió al antítesis de la Vida/Muerte y enterraba a los muertos en posición fetal para despertar a la vida enterrados, inhumados en posición fetal y junto a su ajuar de cazador y de mando y alimentos para el viaje ya en época de los neandertales y cuando estos mismos trepanaban los cráneos heridos de los miembros de clan trepanándolos para sanar de sus infecciones. Luego observó los astros y el cosmos a los asoció a la luna, a sol y a los astros y sus constelaciones y lo midió para mantener su economía de caza, agrícola, ganadera y pastora y su obsesión le llevó a los primeros relojes solares convertidos en edificios, como Stonhegue o a sus calendarios y a adivinar las catástrofes asociadas a las mareas y estas con los eclipses... Pronto descubrió que el tiempo era su propia medida, la medida de su vida y que cuando se nace, uno empieza a morir en su propio camino... Cronos o Kronos-Saturno era el padre de la vida y del mundo, el voraz dios que devoraba a sus hijos, víctimas, como el hombre y como cualquier ser vivo, de la condena de saber que con ella, con la vida, iba asociada la condena a su muerte, hasta tal punto que se convirtió para el hombre consciente en la única certeza.
Nadie como Francisco de Quevedo y Villegas supo definir mejor el tiempo como un instante fugaz que aboca el presente al pasado y va devorando sucesivos futuros, convertidos en presentes para hacerse inmediatamente en pasados.... Las agujas del reloj eran guadañas que giraban segando los instantes, el tiempo convertía nuestra vida en un punto (otro tópico), el tiempo vuela (nuevo tópico del tiempo) y hacía necesario convertir el placer potencial en goce inmediato, aprovechando el momento en que surge (carpe diem), aquel en que podía asociarse a la plenitud energética y vital en la juventud y por eso se rogaba a la bella joven, dona angelicata, aprovechar belleza y juventud gozando de los placeres terrenos, porque el tiempo es fugaz y se pierde entre los dedos como la arena del reloj de arena que se agotaba imperturbable en el reloj, descendiendo del cubículo superior al inferior cada vez más rápidamente hasta agotarse (es la petición tópica para disfrutad del amor sensitivo en la belleza y juventud que suponía el tópico Collige, virgo, rosas...)... porque el tiempo se va irremisiblemente y la infancia aboca a la adolescencia y esta a la juventud que agota su energía con la madurez sumisa.gris y obediente de rutina que va agotándose en hastío para ser vejez, pronto moribundez y, sin remisión, muerte efectiva.
El reloj mecánico gira el torbellino implacable de su paso y su hélice va segando nuestra vida una y otra vez, como un terco molino que hace harina vida, ilusiones, goces... El preciosos edificio de madurez, acabará siendo ruinas (otro tópico que, como el que nos ocupa, obsesionó a los barrocos incluso más que a los clásicos y nos es raro que tal obsesión trascendiese de la Literatura y del Arte a la Ciencia y a la Técnica hasta dar, como fruto, la aparición del reloj mecánico)...
Menhires para constituir un reloj, clepsidras, relojes de arena que sepultan en el polvo de nuestro origen nuestra vida, nuestro cuerpo, nuestros recuerdos, nuestra salud... todo, como si fuesen el macabro construir de nuestro propio túmulo mortuorio... El reloj de sol parece indicarnos con su espada letal el fin de nuestros días y señalarnos como víctimas futuras y su acusación es una sombra alargada de un ángel macabro ya satánico, la Muerte misma al paso que soles y lunas van sucediéndose y agotando nuestros día pero permanecer para seguir advirtiendo de su muerte a quienes nos sucedan como ya lo hizo con quienes nos sucedieron...
Más macabro aún, el despertador canta obsesivo su tic-tac como una intrigante y amenazadora bomba de relojería que estallará llevándose nuestra vida por delante, y el de péndulo es una espada de Damocles que oscila letal para segar definitivamente nuestro cuello de condenado a muerte precisamente por haber nacido.
No es para mí nuevo este deambular obsesivo de relojes. Por no cansar, renunciaré a los caligramas parciales en donde aparecen tiempo y relojes como parte de su recorrido y renunciaré a su irremisible deriva, la Muerte, con sus calaveras y esqueletos, con guadaña o sin ella para no extenderme demasiado en uno de mis símbolos más característicos. Bastará con dos alusiones claras:
La primera alude al mi propio tiempo. Como una zarpa, el reloj de pulsera atrapa mi mano como las esposas de los presos, y se convierte en mi propia condena:
Atrapado en él, el tiempo fugaz atornilla mi vida en las agujas del reloj... un día y otro y otro en una cadena pertinaz que conduce de la ilusión al hastío, el dulce sueño, en pesadilla, de la que quizás despierte cuando lo haga la alarma de mi despertador y esta me devuelva a la aciaga realidad de la monotonía:
Sabré entonces que mi futuro es la condena de la cotideaneidad que me arrastra irremisiblemente hasta la muerte...
La Muerte, Fin o Principio, pero segura meta desde que nacimos.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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