El caligrama conjuga el dibujo propiamente dicho, que ocupa el marco de una selva africana talada y quemada parcialmente par ser reutilizada en agricultura de roza, con el caligrama propiamente dicho, que distribuye mi poema por la mujer, negra subsahariana y básicamente enclavada en el corazón de África (básicamente, Ruanda, Burundi, El Congo o Zaire, Uganda, Tanzania y Kenia) que camina bolsa en mano y buena parte de los árboles (todos los enteros y muchos de los talados). Un suelo de cenizas y una bruma de fondo completan el marco, para, en conjunto, imagen y poema, representar el dolor del continente más humillado y expoliado, más pobre y más dolorido (y eso que, desgraciadamente, no es precisamente el único).
El poema, mi poema, recorre y denuncia, de una forma lírica, pero descarnada y sin tapujos, todos los dolores de África y muy especialmente los del África negra: hambre o hambrunas, sobreexplotación, guerras, desertización, tiranías, abuso de los mercados globales, la herencia colonial, la dependencia abusiva de las metrópolis, la desnaturalización de las culturas autóctonas... y un laguísimo etcétera. Adquiere un tono de lamento en donde abundan las imprecaciones y las preguntas a la razón insufrible de su inhumana y extrema situación. Y reza así:
ÁFRICA.¿Quién plantó en ti las semillas
de la guerra?. ¿Quién quemó este vergel?
¿Quién sembró aquí árboles de dinamita
y arrancó los bosques y sembró la ira
con mil tratados de humo y papel?
¿Quién cambió los bosques por agricultura
y los dejó yermos y después muertos?
¿Quién mató tu Naturaleza y tu cultura
y dejó los poblados desiertos?
Corazón de Ruanda,
alma de Burundi,
tránsito hacia Uganda,
desde Bujumbura hasta Vitshumbi
y desde Kampala hasta Kigoma.
Tanzania y Congo te verán morir
desde Kigali hasta Goma.
¿Cuántos muertos se necesitan para abrir los ojos?.
¿Cuántos genocidios como el de los hutu?
¿cuánta hambruna tendrán que resistir?...
¿Cuántos tiranos y cuántos Mobutu?.
¿Cuántos desalojos?
¿Cuántos niños esqueléticos
y locos armados
y militares protegidos?...
¿Cuántos sufrimientos tendrán que vivir?...:
Tiranos frenéticos
locos desalmados,
despiadados forajidos,
mercenarios sin entrañas y descerebrados.
Patriotas apátridas con un arma de fuego
y las tribus vecinas con la vida en juego...
¡¿QUIÉN CAMBIÓ TU ABUNDANCIA POR HAMBRUNA?!
¿Quién quemó tus selvas para obtener campos desahuciados?
¿Quén se jugó tu belleza a los dados?
¿Quién descubrió tu riqueza inoportuna?...:
diamantes de sangre, petróleo de miseria,
oro que convirtió tus tierras en basura,
esmeraldas y coltán para la histeria...
Allí la codicia se apresura
y las vidas se venden como ganado,
al mejor postor y al más desalmado.
¡ÁFRICA, UN DOLOR QUE NUNCA ACABA,
UNA INJUSTICIA QUE CRECE CON LOCURA
Y EN TODAS PARTES SOCAVA
EL CORAZÓN DE LA AMBICIÓN Y DE LA ENVIDIA!
Y mientras el poderoso blanco adinerado
que especula con tus materias primas,
sus ganancias acrecienta hasta el infinito,
ve tus sufrimientos con desidia
y esconde de la denuncia todo escrito,
mientras el propio africano vive proscrito
en su propia tierra y en su casa.
Africa va sembrando de sangre y veneno
sus tierras diezmadas y la gente que vive y la que pasa
y ve impasible, cambiar sus climas...
Ve crecer el desierto, morir la sabana;
arruinarse lo inocente y lo bueno,
crecer la miseria y la desgana
y emigrar las tribus y el ganado
y dejar las ciudades y el poblado
hasta que la Muerte arramble con todo
y nos deje sólo arena, sangre y lodo.
Ni siquiera tu fauna, perseguida,
sobrevivirá a esta hecatombe ya anunciada.
África, toda ella será una estampida
que, a su paso, dejará una nube polvorienta
que dejará tras de sí una enorme Nada,
una tierra moribunda, quemada y sedienta
donde no podrá sobrevivir ninguna forma de vida
y una piel carcomida en sus entrañas,
llena de excavaciones tamañas
que, lo que fueron minas, serán simas profundas
que conectarán con el mismísimo infierno.
Reptarán alimañas inmundas
y monstruos salidos del averno...
Ni rastro de la vida que hoy la habita,
ni rastro del dolor que en ella grita...
Sólo un inmenso Sahara árido y muerto,
sin riqueza ni plantas ni oasis incierto
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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