El hombre, no el varón, sino el ser humano, es una risible caricatura de lo que pretende, vestido de orgullo y vanidad y de una humanidad intelectiva, creativa, piadosa y generosa que no profesa más que en la excepción y menos en aquellos que ostentan el poder y lo ejercen pensando sólo en sí mismos y en levantarse un mausoleo faraónico a su vanidad y a su codicia. Si el caligrama adquiere un aspecto caricaturesco, si el hombre aparece desnudo es para delatar tal condición y así reza mi poema que desciende por la cabeza y cara al contorno diestro de la imagen, designa el velludo pecho y desde las raquíticas vergüenzas, diseña el resto del cuerpo y culmina con una sombra lapdarias que crece en delatar quienes de entre nosotros responden más a este retrato. Si el poema adquiere una forma determinada, no es porque sí, es un altar, una mesa de ofrenda a nuestro culto levantado para loarnos a nosotros mismos que siempre nos hemos creído superiores a cunato nos rodea hasta que la Naturaleza nos pone en nuestro penoso sitio. Le basta con un seísmo, un maremoto, una riada...:
Vendido está, en el Mundo, cuanto hay de pureza,
si es que el hombre ha puesto pie y mano y zarpa,
que todo se tizna y es nuestra clara huella.
El cor gentil es un avaricioso.
Tanta codicia impera,
que espera ansioso
la muerte del vacino;
de la desgracia ajena,
sacar provecho,
incluso bailar
sobre su sarcófago y brindar
por su desgracia.
No fue fortuito
si nuestro camino
lo iniciamos como carroñeros.
A ese perfil los amos se mantienen.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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