El caligrama, mi caligrama, construye con las letras de mi poema una farola con dos cámaras de vigilancia como símbolo de una sociedad, no la española, sino la mundial, que tiene a sus vasallos como sospechosos y nos vigila por doquier. Como cuando las cartas llegan de hacienda (Agencia Tributaria) o del propio Ayuntamiento, las notificaciones de cambios y las informaciones poco se diferencian de las amenazas y las intimidaciones, porque seguida a esta información, aparece la sanción en caso de no cumplirse. El complejo de sospechoso crece hasta tal punto que incluso las víctimas son tratadas como sospechosas de mentir, exagerar o querer sacar ventajas.
Las letras en mayúscula, especialmente las pertenecientes a la alargada sombra del celoso vigilante, con su negrita, nos gritan de alarma hacia recelar de todo el mundo.
Una sociedad medrosa y apocada, bombardeada de información hacia todos y cualquier peligro es la perfecta para ser manipulada por los poderes fácticos y la primera manipulación proviene del exceso de información como del patetismo y exageración con que se muestran unos peligros mientras se dulcifican otros por intereses comerciales (véase sino como les parece cruel enseñar accidentes de tráfico reales y sus resultados pero no reparan en detalles morbosos y en prejuzgar a sospechosos de actos execrables y merecedores de castigo sin estar demostrada aún su culpabilidad).
Nadie duda de lo que es execrable ni del castigo que merece el culpable ni de que ha de caer sobre el culpable todo el peso justo de incumplir la ley, pero el el culpable/s ha de serlo realmente y las víctimas son víctimas y nada importa al hecho su condición moral, social, sexual... Las víctimas son víctimas y nada más.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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