La impresionante lucha por la vida y por la supervivencia del individuo y de la especie es el sello vital de la Naturaleza donde dramatismo, urgencia y crueldad no desdicen de la belleza de los protagonistas. La orca, una ballena asesina, es, en las frías aguas del Ártico, un océano que amenaza, por el cambio climático, con fundir las inmensas capas glaciares y los icebergs, y anegar los continentes en el calentamiento global, una máquina perfecta de matar de gran inteligencia y aerodinámica perfecta. Todos sus convecinos lo saben como se saben las víctimas de este implacable y letal asesino de los océanos y el narval, a pesar del afilado estilete dental, característico de aquellos lares, es una de sus presas preferidas y no precisamente la única. Sin duda la orca está llamada a colaborar en la creciente extinción de especies de la zona, de la que momentáneamente es clara especie beneficiada. Pero su beneficio es pura apariencia. No hay nada más imperfecto que una máquina de matar sin rival, que un depredador sin freno, pues su fuerza y voracidad puede ser, a la larga, la fatal causa de su propia extinción. Es una paradoja propia de la Naturaleza que ya se ha repetido infinitamente a lo largo de la aparición del Universo y, por supuesto de la aparición de la Tierra. Primero lo devora todo y no deja otra especie que la suya, que pasará a ser su presa, convertida en caníbal hasta que deje solo el/la más fuerte y voraz que, evidentemente, morirá de inanición una vez haya acabado con todos los demás...
Una situación que debería obligar al hombre a reflexionar sobre su papel de depredador supremo terrestre decidido a acabar con todo para poseerlo todo y absolutamente todo... ¡Lástima que después ya no podrá adquirir nada más ni clientes que hagan crecer su fortuna y su ansiedad y voracidad se transformará en hastío y el hastío en anquilosamiento acomodaticio y morirá víctima de su propia ambición sin límites... No hay nada más imperfecto y letal que la perfección supina... Todas las especies perfectas para su cometido, alimentación y relación con el entorno están abocadas a su extinción sin posibilidad de vuelta atrás... Basta con que cambien radicalmente las condiciones ambientales que lo sustentan...: Nadie hay más perfecto que el gran panda para el consumo de bambú... No tiene rival... pero, cuando se acabe el bambú, habrá acabado consigo mismo, no sabe ni quiere comer otra cosa...
Nosotros arrasaremos con todo, desequilibraremos, como ya estamos haciendo sin freno, la Naturaleza, el clima, el suelo, los seres vivos que conviven con nosotros, el medio de vida, la cultura... No hay duda de que acabaremos con nuestro mundo y con todo iniciando una evolución sin retorno hacia nuestra propia extinción... Somos orcas de nuestro océano y un peligro para todo y para todos... ¡Y más ciegos de ambición y de un desenfrenado carpe diem sin visión real de futuro ni con que realmente nos importe quiénes nos sucederán!. Solo nos importamos cada uno de nosotros mismos para nosotros mismos. Una especie que ni siquiera es consciente de que la desaparición de la especie sobreviene de un impulso anterior, instintivo y animal que no hemos racionalizado, impedidos de egoísmo e instantaneidad y de vivir la vida como una fachada en la que exhibirse ante el mundo, está por sí misma abocada a la extinción propia de las especies idiotas que se autosuicidan de imprudencias y no cuidan para nada de la perpetuación de la especie y, actualmente, ya ni de la cultura o9 culturas que hemos ido creando a lo largo de la existencia y evolución de nuestra especie, asfixiada de vanidad y a de placer autocontemplativo.
El poema que lo integra nos ubica en la lucha por la supervivencia, en las especies árticas y en la Naturaleza, pero los valores simbólicos implicitos ya expuestos, no deben obviarse confundidos en la imagen y en la letra meridiana del poema, que reza así:
Blanco, frío, gris y negro letal
de cuchillos infinitos de muerte.
Largo estoque retorcido en la suerte...
Fuerza y aerodinámica animal.
Anda el juego entre ballenas... Brutal...
Y es la Muerte y la Vida, ley del fuerte,
quien se debate en el mar, contrafuerte
de muralla de hielo sin final.
Esa batalla eterna por la vida
que, en el Ártico, siempre se retrata
entre la orca y el narval armado
como un unicornio ya en su estampida
y es la ballena asesina quien mata
como el narval se sabe derrotado.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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