La Vida es una invisible prisión que te atrapa de rutinas y cadenas invisibles de percibir desde la ingenuidad infantil, y aunque la juventud descubra los entresijos perversos de un Sistema impío con su apisonadora implacable, la idealidad y la energía proyecta espejismos de torearla y modelarla o tallarla a su medida... Pero la ambición caníbal del Sistema no tiene fin. Su infección es imparable, y acuciado de urgencias y de sinsentidos, la monotonía acaba anquilosando la energía y la voluntad y cibernatizando a todos sus individuos, infectados de hastío y atonía y acabas atrapado en tu propia vida, esa jaula transparente de la que ya nunca podremos salir, diluidos del mortífero veneno de las rutinas y los pagos y las deudas... y la supervivencia intrancendente y anodina.
Los surcos de la vida modelan tu prisión, pareces tuyo por ser diferente, pero no impide que seas un preso más de la infinitud tildada de humana, como todos y como cualquiera desde que empieza hasta que acaba el día, y la semana y el mes y el año y la infancia y la adolescencia y la juventud y la madurez cada vez más gris y la vejez y la moribundez y la Muerte y el olvido...
El caligrama representa la Vida como una botella de plástico trasparente para que tus golpes parezcan dar esperanza de una rotura imposible... y allí, en el líquido creciente, la voluntad se ahoga hasta completar la totalidad del envase que acabará diluida como tu propia existencia, cada vez tú más invisible, más ninguneado y reducido a un líquido viscoso para que el Sistema te pueda beber y tirarte como un deshecho sin valor perceptible...
El poema que lo integra, plasma esta percepción como una angustia, una opbsesión que te persigue manida de desengaños e incontrovertible a cualquier intento de para o invertir un proceso que no tiene solución posible:
Yo, encerrado, siento latir el flujo
de mis desengaños, intermitente
palpitar con su martillo,
berbiquí tozudo
que atornilla, tartamudo,
su tornillo.
Aguzando el daño,
con tu daga estás, impertinente.
Y aguzando estás el pozo
y ensanchando la herida
y ahondando, sangre, ardiente
ponzoña de tu serpiente
que carcome, venenosa,
el espacio de mi mente estrangulada...:
Mi obsesión impenitente.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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