lunes, 20 de agosto de 2012

LOCUS AMOENUS III (ATARDECER)

El locus amoenus nos da la concepción de un lugar idílico, un paraíso cuya contemplación propicia a los amantes a dejarse llevar por el amor en sintonía con la belleza contemplada. Como los vasos comunicantes. La belleza arrastra a la belleza y el placer de la contemplación de lo hermoso por perfecto, una Naturaleza paraisíaca, la Naturaleza en sí misma, nos lleva al placer amoroso, desde la contemplación de la belleza de la amada, convertida en donna angelicata, al placer de la conversación y de éste a los placeres sensuales del tacto, gusto...

El locus amoenus es la Naturaleza en sí misma conceptuada como un ideal de perfección, un paraíso vegetal que puede abarcar jardines, bosques, selvas... como ríos, lagos, pantanos, lagunas... con rápidos y cascadas y fuentes y con la mansedumbre de las aguas tranquilas como asentarse en playas y acantiilados marinos... La Naturaleza es aceptada como bella en sí misma, tanta en la paz más absoluta eomo en la agitación más dramática... Es un marco como un ente vivo que, como los vasos comunicantes, hipnotiza a quien lo contempla y lo integra al paisaje... Flores, aves, cérvidos... se integran como elementos de esa belleza perfectiva y perfecta que crea el lugar perfecto para el idilio... Por eso, ese lugar ameno, es bucólico, divino, paradisíaco, sensitivo, sensual y perfecto, una perfección sibarítica digna de los dioses mismos.

No tiene tampoco horas precisas y puede ser el amanecer, el atardecer, el anochecer como el cielo más radiante y aunque prefiere la primavera y el estío, puede comprender la belleza colorida del otoño y la blanca y nívea pureza invernal.

Aquí el caligrama funde las luces anaranjadas y ocres del atardecer a la belleza de un paisaje natural cruzado por un río de aguas mansas como cristalinas cruzando una inmensa llanura de verdín y sotobosque con bosque de ribera y arbolado disperso. El horizonte recorta, en la lejanía, una incipiente cordillera. El invisible color es lo descrito en el poema que compone vegetación, parte de las montañas y un islote llano del manso río... De incipientes rojos. Un cielo anaranjado amarillento se opone a un verde umbrío que juguetea con marrones y negros lo mismo que lo harían las formas reflejadas en el río.

El poema que compone este pictocaligrama es el siguiente:

Atardecer. Crece la umbría ahora
y crecen los recovecos por doquier,
los ocres y naranjas, como ayer,
van encontrando en el paisaje su hora.

El cielo con sus tonos se decora
y devora el azul para crecer
y convertirse en bello anochecer
cuya visión cautiva y enamora.

Un coro de pájaros canta alegre
una sinfonía canora y dulce
mientras el Sol se acuesta lentamente.
Ya es hora de que el negro nos integre
al paisaje ténebre y agridulce
los seres que se invente nuestra mente.

La penumbra no oculta la belleza
sino agranda la visión infinita,
la magia de horizontes nos agita
al éxtasis que aviva con destreza

a serenarse, fundirse en la maleza
que, de hermosura, a vivir nos invita
en paz y amor, contemplación que habita
mente y corazón, tierna sutileza

que conmueve y arrastra a la dulzura.
Y más amor se siente si hermosura
viste al ser amado y al paisaje

que invita a los amantes al idilio,
ardiente ceremonia y su concilio
que los arrastra al placer en su viaje.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ

El poema describe una forma de belleza que identifica un paisaje hermoso que viaja del atardecer al anochecer y definitivamente a la noche como paisaje propiciador del idilio amoroso. En dos sonetos clásicos, el tópico del locus amoenus se identifica aquí con la belleza del tránsito de una puesta de Sol en un panorama natural amplio, vasto y asumible como infinito, a pesar de ser finito y nos lleva del paisaje a los propios amantes que lo contemplan extasiados y conmovidos de un fenómeno tan bello como común y cotidiano. No hace falta hermosos jardines floridos y laberínticos para saber de la hermosura y sentirla, la belleza está ya entre nosotros, cada día... basta con descubrirla y dejarse seducir por sus encantos.



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