Con un dibujo poemado sugerido por estos días de otoño invernal que nos dejan los primeros días de diciembre de este amargo 2020, continúo la visión de la Naturaleza desbocada y añorante de un pasado dominado por su mano. Un demonio que el hombre ha roto durante siglo y milenios de vivir solo pensando en sí mismo y aprovechando un Planeta cuya riqueza, cuyo clima, cuyos hábitats y cuyos habitantes salvajes, animales, plantas y clanes humanos, creía inagotables e indestructibles.
La visión de la imagen, mi dibujo, retrata, en la fuerza de la Naturaleza, en la beldad de su contemplación, la evocación de un pasado en consonancia con ella, cuando empezó nuestra domesticación de cuanto nos rodeaba y de nuestra economía aprovechando cuanto la Naturaleza nos ofrecía. En el punto de humanización preciso que conduce, vertiginosamente hasta nuestro presente y nuestra consciencia de que el camino sin retorno que entonces comenzamos tímidamente nos ha llevado a la destrucción de todo y de todos cuando la ambición nos hizo perder todas las mesuras y respetos con los que comenzamos el camino de lo que llamamos el progreso.
La imagen presenta una atalaya, una plataforma de madera, que haciendo de embarcadero y lugar de pesca improvisado, que asemeja uno de aquellos palafitos neolíticos donde sobrevivían muchas de las civilizaciones iniciales del Neolítico. Y tal como lo retrato en imagen, lo poemo en verso...:
Como quien vuelve atrás en el tiempo, el viento
azota, bruma, frío, humedad,
y arrastra furioso y sin piedad
el látigo voraz de las lluvias, su esperpento
y los relojes locos, su brújula pierden
y rememoran estampas del pasado.
Los ríos feroces se han desbordado
y los pantanos, lagos y lagunas se ciernen
sobre las tierras embarradas de la ribera,
que, anegadas, árboles náufragos muestran
a merced de la corriente impetuosa.
Otoño es una furia desbocada y certera.
Nubes y nieblas, casas y bosques secuestran
presos del agua furibunda y vertiginosa.
Como surgida de antaño, una plataforma
de madera desafía las aguas donde se remansan.
Y cerca de las tierras donde, barrosas, descansan
las aguas mientras esculpen en arcilla su horma,
erigen un palafito de pesca improvisado.
Una atalaya que otea el gran espejo cristalino
del pantano bordeado de colinas de un zaíno
crisol umbrío por las nieblas difuminado.
Un madero con sedal ahorca un pez arcano
oculto entre la corriente y se intuye
la lucha feroz por la supervivencia.
Así fue en el Neolítico lejano
y asím se asemeja el presente reconstruye
lo que antaño fue común vivencia.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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