Volvamos a la Naturaleza para mostrar este pictocaligrama de un árbol milenario de hoja caduca, deshojado por los vientos de otoño, de este otoño triste de pandemia, y con él un paisaje sinónimo de los momentos que vivimos. Un páramo de vegetación escasa, triste y de aspecto anodino y gris casi de moribundez, pero, sobre todo, de cansancio:
Un árbol representación del paso del tiempo y la supervivencia ante un clima y un espacio adverso y tenaz que conlleva el hastío, la soledad y la desolación.
Imagen y poema convergen en la descripción del árbol milenario y en esa sensación de tenacidad, hastío, monotonía y narcosis ante una realidad terca y sin alicientes:
Así es el poema que lo integra:
El tronco retorcido, inmenso, viejo
del árbol milenario, deshojado
está, de otoño, calvo y sin amparo.
Su cuerpo, torturado, no está muerto.
Otoño se llevó sus hojas... Viento
y viento... Ni alfombra éste le ha dejado,
Ni hojarasca, ni frutos desplomados
como rastro del tiempo (feroz, fresco
y caducado...), a sus pies, da testimonio
vital... Un espectro es ya que tirita
de escarcha o de fuego solar, se abrasa.
Son sus noches y sus días de corcho
narcoléptico y sestea y dormita
en el páramo desierto. En su casa...
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
Esa sensación de que el tiempo, cuando se prolonga, duerme a quien lo vive, lo sufre y lo soporta y sueña y dormita incapaz de ser consciente de que existe o un duerme un sueño eterno sin saber dilucidar la Realidad del delirio y la pesadilla... Un tiempo ya sin referencias y un espacio brumoso más allá de donde alcanza su visión fija como un retrato panorámico perpetuo.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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