El Tiempo es una paradoja de la absoluta. El Tiempo que se equipara a la vida y donde el hecho es convertido en vivencia única que se equipara a su interpretación y que desde su inicio, que quizás siquiera existió, equiparó a todos y cada uno de los tiempos de todos y cada uno de los seres vivos que vivieron, viven y vivirán y en todas y cada uno de los objetos, paisajes, elementos orográficos y astros que existieron, existen y existirán, al vacío que integra el cosmos y todos y cada uno de los anticosmos posibles o ciertos. Invisible su reloj de arena gira cada vez que siente vacío el cubilete superior y lleno el inferior para volver sobre sí mismo y volver a empezar innumerables veces, quizás infinitas en este mundo en el que el microcosmos, el mesocosmos y el macrocosmos se equiparan en su funcionamiento, se necesitan esencialmente en su existencia y se interfieren en su esencia y su funcionamiento. Esta paradoja que alimenta su antítesis entre la sin medida de la eternidad y acronía del espacio infinito y del sinespacio con la minuciosa armonía y medida del tiempo de la Vida y lo Finito, allí donde se fusionan Heráclito y Parménides en la ausencia de movimientos y cambios con la exclusividad de que todo se mueve y su estabilidad es el resultado de la constante mutabilidad imperceptible a nuestra interpretación.
Lo posible y lo imposible acaban siendo un engaño de nuestra percepción sensorial y su transcripción racional del hecho y más de la acumulación seriada y concatenada de sucesivos hechos interpretables por nuestros sentidos y por cada uno de nosotros sin que podamos evitar el peso de la experiencia en la interpretación de un hecho perceptiblemente similar, sea idéntico o simplemente similar hasta casi la identidad.
El pictocaligrama, mi pictocaligrama, incide en esta percepción paradójica y antitética del tiempo y en la adaptación sensorial del hecho y el espacio percibido (como la desproporción de los objetos o la percepción recta de la curvo, como las líneas de arado vistas a través del vidrio del reloj de arena, dejando una línea difuminada entre la percepción sensorial objetiva y la objetiva de la Realidad Física)...
El poema que lo integra, mi poema incide en esta visión y reflexión sobre el Tiempo y la acronía del Sin Tiempo Kronos-Akronos). Pero no es el único viaje que propone el poema. Asimilada la Vida al tiempo personal e intransferible de cada uno de los vivientes, se instala en como percibir la Vida y la vivencia para que sean una sensación constructiva y plena para hacer de cada uno el dueño de su tiempo y de su vivencia y de la vivencia éxtasis de existencia:
El Tiempo y su algoritmo legendario,
suma restando pues resta sumando
la paradoja de su noria andando,
molino que de harina hará sudario
y es para cada uno su calvario
y de todos el espacio, remando
al finiquito con todos porfiando
por cada uno y por todos. Rosario,
cadena que se engarza al infinito,
acero de sus vidas maniatado.
Reptar, volar, correr solo un espacio
y cada vida con su propio grito
y su silencio de olvido sembrado.
Vivir deprisa, mas sentir despacio.
Mas cuanto vives, lo vivido es Vida...
Vayan dolor y tedio como aprecio
pues el gozo se hace corto y es de necio
perderlo por la sangre de una herida.
¡Vívelo, que la Vida ya se olvida
del placer al que se niega su precio
y del dolor que exagera de recio
cuando poca es en verdad su medida.
Futuro del presente atropellado,
tan súbito que al ser se hace pesado
sin degustarlo apenas en su zumo.
Por eso el Carpe diem antes que humo
pregona que vivir es necesario
antes de que consumes tu sudario.
Y vives si caminas y si sientes,
intensamente hasta el tedio mismo.
Tanto mejor si no odias pues su abismo
no tiene cura sino mil serpientes
que te devoran junto a tus simientes...
La envidia, la ambición, son cataclismo
y la venganza es otro paroxismo
que deja el odio siempre entre tus dientes.
Destierra la ira y toda la violencia
y deja que el amor, la inteligencia,
la memoria de todo lo vivido
llenen tu vida, tu pasión, tu nido
y vive degustando cuanto vives.
Pues viviendo, Vida es lo que recibes.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ