miércoles, 7 de agosto de 2013

PRESIDIENDO LA CHARCA AZUL

Cautivado por la inmensa belleza y variedad de la isla canaria de La Palma (no en vano se la conoce por la Isla Bonita), mi viaje por la misma ha desembocado en un poemario para describir las sensaciones de todo tipo ante esta isla volcánica de una vegetación, unos paisajes naturales y urbanos de una belleza hipnótica.

Así, este pictocaligrama representa la imagen de uno de los ricones de la costa. En este caso, un farallón de lava, colada basáltica que se levanta sobre un arco natural cruzado por el Atlántico y junto a la Charca Azul, que no es la única ni de la isla, ni de este punto concreto.

El poema que lo integra glosa las sensaciones que despierta en mí su belleza inmantadora y glosa así:
 
Altiva estás postrada,
                                                    con tu piel de basalto.
En tu tarima de piedra miras desde lo alto
la mar de ola bravía
                                                     chocando empecinada. 
Cómo busca la roca por el arco que ha abierto
con paciencia y día a día
y venciendo al rocoso desierto
esta mar empecinada.
Y se baña en las charcas de esmeralda brillante
con su crinera de espuma tallada en el azul diamante.
En La Palma Bonita,
como un furtivo amante,
el mar te grita,
excitado y rampante.
Luchando está, combativo y despierto
allí donde los plataneros ocultan tu desierto
de colada basáltica, erizada y porosa,
donde la paz se pasea, se luce y reposa,
luchando contra el farallón de roca
y susurrando por su boca
palabras de amor y alguna rosa.
Como un barco varado, tú a la mar desafías,
vigilante y altivo, recordando alegrías,
con tu belleza serena, tenaz y preciosa
de escultura bien tallada.

Altiva estás, postrada
                                                      con tu piel de basalto,
mirando cómo se mece la mar erizada
con sus mechas de plata sobre el azul cobalto.
Sus olas son como versos tozudos
que cantan tu belleza
y su amor combativo,
que buscan en la rima los nudos
que tienden los enamorados.
Tú niegas, de roca, con tu cabeza,
pero vas dejando que siembre ojos plateados,
espejos donde mirar tu hermosura
y comprobar que su amor está vivo
como su vaivén lo murmura
en cada ola que bate, dejando un beso furtivo.

MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
 




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