Ataúd de palabras es lo que se denomina como un caligrama figurativo de recorrido, en donde el poema recurre a una sucesión de caligramas figurativos sintéticos, en este caso, sin inserción de versos clásicos (sólo caligramas) y cada uno de ellos símbolo y representación de lo que dice. Así, desde que empieza hasta que muere. Las palabras se guardan en un ataúd, símbolo de una sociedad deshumanizad y mecanizada que rechaza el diálogo y los sentimientos, rechaza los sentimientos sometida al tiempo que lo atrapan y los dominios poderosos en la realidad que vive (la intransigencia del capital, la urgencia del día a día en su supervivencia). Por eso, el ataúd se inscribe en la esfera del reloj, del que las palabras, con su voz son las agujas y la vida y su recorrido, la esfera que recorren hasta la muerte, una tumba con su lápida y su cruz, posterior y ajena a la vida (por eso yace fuera del reloj de la vida, en la muerte), que comienza a esculpirse en la soledad del hombre que no puede esperar ayuda ajena, pues no es oído por nadie (Por eso ni esperes de nadie buenas palabras, constituyen su lápida y que nunca van, su cruz).
Atrapado en la soledad del que no es escuchado por la millonaria soledad que le acompaña, la hierba de esperanza de su alma (A llenar tu alma) son el nexo que le acerca a un nuevo reloj de esfera, donde la O de la hora es la esfera y la R sintetiza las agujas y sirve de apoyo para un definitivo reloj de péndulo oscilando la incertitidumbre que componen los versos del poema como una espada de Damócles que se columpia describiendo la letal curva de su final, escrito en su curva, su destino, con la despedida difuminada en el movimiento de la oscilante cuerda.
Si el sentido del caligrama y del poema ya se han explicado en la descripción del mismo, bajo él, reza el poema, mi poema, que lo compone, componiendo un nuevo caligrama, un caligrama de espectro, en el que los versos componen una crátera griega que oculta las cenizas de su cadáver, la palabra, el diálogo que nuestra sociedad, que el poder del dinero, del capital y de la urgencia de una vida superficial y material, de consumo, no sólo ha matado de soledad, sino que ha incinerado para que nunca deje constancia real de suss sentimientos, sus emociones, su razones y su humanidad. La despedida, al pie es un grito de impotencia que muestra lo inútil que puede ser la palabra cuando nadie quiere escucharla: Es una palabra muerta en el sinsentido de la comunicación.
El poema, y nuevo caligrama, reza así:
Ataúd que guardas las palabras,
no dejes que tu voz
escriba en tu reloj
l a h o r a,
ni esperes de nadie buenas palabras
que nunca van a llenar tu alma.
Tu hora está al llegar,
tu vida acabada
busca su final
a la hora
señalada.
Y es ahora.
DESPÍDETE
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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