El caligrama representa, en la imagen del animal y en las sombras del nevado paisaje, el poema, mi poema, que presenta al lobo como un animal noble cuya competencia con el hombre desde el principio de los tiempos de su convivencia, le ha conllevado una imagen tan tópica como tergiversada de lo que no era más que un carnívoro que luchaba por su supervivencia y, en ella, la mitificación perversa de un hombre interesado en defender una economía aprovechándose de la Naturaleza, ha convertido poco más que en un monstruo, olvidándose que de él también sacó el perro, su más fiel compañero, su más antiguo y primer animal domesticado, como que muchas de las matanzas de las que se le acusan son el resultado de ataques de perros asilvestrados, antes domésticos, maltratados y abandonados por el hombre.
El hombre vertió en él su propia imagen de asesino, porque no hay más asesino verdadero que el que mata por matar y satisfacer necesidades de su ego que poco tienen que ver ni con la supervivencia, ni con el sustento, ni con la urgencia ni del instinto sino directamente con su ambición, su intoleracia hacia lo distinto y hasta por la distracción de matar, como si matar fuera un juego en el que poco o nada valiese el que se juega la vida en el embite.
Así reza el poema que contiene:
Tu reino nemoroso, agreste y fiero,
todas las estaciones se recorre,
te envidia tu rival, preso en su torre...
pagó con libertad ser pendenciero.
Él mata por matar, vender el cuero,
tú, por sobrevivir, tu sombra corre.
En busca del sustento, dejar torre,
en manada o solitario, tu acero,
ya marfil, siempre está presto al acecho,
tu astucia ha de sumarse a todo el miedo
que extiende tu presencia y tu leyenda,
noble Naturaleza que es tu techo,
te sabe de su sangre rey. Remedo
el hombre cazador de tu prebenda
que quiere, con las armas, tu corona
hacer suya y así tu nombre ensucia
y te pinta cual monstruo despiadado.
Mas, al verte, la verdad desmorona
la mentira que a su ambición acucia
y vierte en ti su rostro retratado.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ