En este caligrama de mi poemario Arrastrando mi vida, una farola y su sombra cruzan la acera de la Calle de la Soledad. Cruza el negro asfalto y al otro lado, en dibujo, aparece la puerta de una casa y su ventana. Como un hito solitario enhiesto y desafiante, representa al hombre urbano actual, enclado por la realidad en su rutina, esclavo del mundo en que vive. Su sombra, como un grito, se arrastra sobre el entramado de baldosas que es la acera, que representa y se dice, como un mensaje oculto, de la prisión de realidades cotidianas con las que la vida urbana, la sociedad de consumo, nos atrapa en su telaraña hasta convertirnos en solitarias farolas, en mobiliario rbano. La farola, una inteligencia, una luz sin luz, parpadea, late su vida como un dolor ardiente, una pasión de vida inútil ante una ealidad luminosa y sólo visible en la noche de la soledad urbana, cuando la rutina e apaga y queda la conciencia lamiendo sus heridas.
La red de la acera, la realidad es enorme frente a la calle, el asfalto negro, el río de la vida soñada e inalcanzable, inaccesible a los hombres anclados a su realidad, transcurre sólo para realidades veloces y audaces, para impulsos sensitivos que cruzan, automóviles, dioses de su momento fugaz, para desaparecer en el olvido del tiempo, y al otro lado, la casa, la morada del descanso, como una promesa, un cielo prometido y ansiado, una tentación voraz e hipnótica ante nosotros, una meta qu nunca será, más allá de río de las sensaciones, ya imposible para el hombre urbano anclado a su cotidianeidad rutinaria.
La red de la acera, la realidad es enorme frente a la calle, el asfalto negro, el río de la vida soñada e inalcanzable, inaccesible a los hombres anclados a su realidad, transcurre sólo para realidades veloces y audaces, para impulsos sensitivos que cruzan, automóviles, dioses de su momento fugaz, para desaparecer en el olvido del tiempo, y al otro lado, la casa, la morada del descanso, como una promesa, un cielo prometido y ansiado, una tentación voraz e hipnótica ante nosotros, una meta qu nunca será, más allá de río de las sensaciones, ya imposible para el hombre urbano anclado a su cotidianeidad rutinaria.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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