El viento brama,
abofetea, empuja...
Airado, furibundo...
con su estela de nubes
blancas, grises,
densas, estatuas celestes...
como un rebaño siguiendo a la furia..
Un Sol intermitente
se cubre y se descubre.
Una semana de turbas,
de ira y banderas...
Una semana de piedras contratadas
y procesiones propuestas desde el minarete
de la furia y la riqueza.
Y ahora, en tormentas, lo barre la Naturaleza
con su furia desatada.
Viento, agua de pasión
y enervada de flechas y espadas
de la eléctrica batalla...
Tras dos días de locura...
(rayos, cortinas de agua en cascada,
nieve, granizo en blancas balas...)
de Naturaleza furibunda
con tornados de vértigo y desmesura
con sus peonzas de ira
y sus bofetadas de viento...
la calma deja una postal
dramática de caos y de ruinas,
de pérdidas de vidas,
en cuerpo, o en negocios y casas,
carreteras mordidas y resquebrajadas
y en cosechas sepultadas,
negadas en su esencia,
perdidas junto con la paciencia
que les dio la vida...
Otoño es otoño...: ¿¡Quién lo duda!?...
Hasta las gentes, encendidas,
queman, airadas, sus frustraciones,
y gritan sus imposibles...
Llueven adoquines
y pasean en procesión muchedumbres.
Los sordos no dialogan
aunque estén unos frente a otros
mirándose a la cara...
y una riada de ira
arrancó los puentes con furia
para hacer furia el diluvio
y la sangre y su veneno
en la turbulenta riada.
Todos gritan pero ninguno se escucha.
Todos callan ahora,
cuando el vendaval se aleja...
dejando atrás el eco de los gritos
y el paso de la marabunta...
Perdidos,
perdidos como los deseos
y los sueños incumplibles...
Nadie escucha a quien no quiere,
Nadie quiere lo que oye
si no es lo que él dice y le agrada...
Gritos como piedras,
fuego airado, furioso...
lava que será piedra,
tiempo enfriado,
plasma que lento corre
para alimentar la tierra
de ira e incomprensión,
fermento de dinamita
y fusión de uranio...
Sin saberlo siquiera...
¡Todos estamos presos!
Y el tiempo es el peor carcelero...
La furia llama a la furia
y la histeria siempre estuvo en los extremos.
Por cien que gritan, callan miles,
decenas de miles, cientos de miles,
que nunca airearon banderas
con la sangre como enseña...
Hay una rebelión que desfila
y otra mayor que ni habla.
Un babel de lenguas encontradizas,
muchas de ellas, viperinas.
Los ricos se rebelan
y los pobres, marginados, ni gritan.
No existen para los acomodados
que invaden las calles
con sus banderas de opulencia...
pero ellos, los pobres, los marginados,
hacinados en guetos,
ni siquiera musitan,
ni pueden, porque tampoco les dejan...
Ellos ven los desfiles de ricos,
marabuntas de banderas
y pancartas de insultos
que les insultan
y pancartas de protesta.
Pero ellos son esclavos.
Para los acomodados no cuentan...
Ellos en sus bloques de pisos
de suciedad y miseria...
hacinados
en sus lóbregas colmenas
de extrarradio,
expulsados como mierda,
tildados de xarnegos desde antaño
y amordazados,
son los que sufren el paro,
los desheredados,
subhumanos que soportan la miseria
y las migajas que dejan
los que portan las banderas...
¡Ha de llover!...
Ha de llover mucho,
un diluvio tras otro de verdad meridiana
para que la gente comprenda
(y el Mundo todo)
quiénes son los presos más presos,
quiénes soportan el paro,
quiénes son despreciados ni oídos
y en qué versión y en qué lengua...
y en qué tierra de cuatro barras
y en qué magnitud de odio y desprecio
los ricos los ningunean.
Gritan los ciudadanos,
los parias a su rutina...
¡A trabajar a lomo partido
y a bajar en pleitesía la cabeza!...
Ignorantes, incultos... quizás...
Emigrantes todos y a la fuerza
del hambre, la necesidad y la miseria...
y muchos, claro está,
¡qué otra les queda!...
delincuentes clandestinos,
pero esclavos sin saberlo, seguro...
Y para ende,
también los quieren apátridas...
¡No vaya a ser que, que,
recordando su origen,
añoren otra tierra y otra miseria,
y otros señores déspotas
que les hablen en su lengua!...
Y descubran que aquí,
siguen siendo siervos de la gleba
y pecheros y paganos de la tierra
como siempre lo fueron:
Desheredados de ella
por las gentes de aquí,
que aunque no lo digan,
siguen llamándoles forasteros...
Jamás los quisieron
ni gente de la tierra los hicieron...
aunque ya no lo recuerden sus hijos
ni se les cuente a sus nietos...
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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