El caligrama utiliza el recurso inverso al de los vanguardismos poéticos iniciales: futurismo, cubismo, ultraismo, dadaismo y creacionismo, en los que el mundo moderno y las tecnología como los nuevos ídolos de masas (futbolistas, directores de cine, toreros, actores y actrices) suplían a los dioses clásicos y a su mitología por los ídolos de la modernidad industrializada y consumista.
No. Evidentemente, no vamos a volver a la mitología clásica ni a sus héroes porque, aunque su simbolismo intrínseco sigue siendo vigente, su alejamiento de la comprensión de las masas y su ignorancia no ayudaría a entender el arte actual, pero sí coincido con el pop-art y sus sucesores posteriores contraculturales en criticar los nuevos ídolos del consumismo actual... No. No es un ataque a la tecnología y sus logros y, por tanto, no es un ataque a la ciencia ni a la técnica si no más bien a la superficialidad de una sociedad actual que se ha dejado llevar por la publicidad, el consumo y la superficialidad para perder el sentido de lo esencial, su privacidad, su creatividad y la nobleza del contacto avasallado por las redes sociales...
Neotótem urbano nos muestra a un objeto cotidiano propio de la actual tecnología. En este caso, un efectivo cepillo de dientes eléctrico y rotatorio de innegable mayor eficacia que el convencional... Un nuevo avance hacia una comodidad que atrofia algo tan esencial como el movimiento de cepillado... Un objeto tan efectivo como superfluo que, como otros muchos, como todos, nos es presentado como: has de tenerlo, no puedes vivir con él porque todos lo tienen... No es una crítica al objeto ni a su idoneidad ni a la necesidad de la limpieza y el aseo en una sociedad que, por otro lado y, con perdón, ha vuelto a ser guarra, dejada, desaseada... sí, pero es cada vez más comodona, más superflua y más vaga... Cada vez estamos más cerca de no movernos ni para ir a trabajar, ni a comprar, ni siquiera ir al cine, al teatro o a divertirse y capaz de no dar un paso si puede suplirlo por una rueda, dos, tres, cuatro... alas, hélices... auténticamente atrofiada...
Si los futuristas acertaron al introducir lo cotidiano, lo tecnológico y los nuevos héroes del mundo tecnificado, la mitificación de la técnica y la comodidad nos está llevando a la atrofia como a la acumulación de bienes materiales como si estos diesen en sí mismo la felicidad...
Está claro que la lavadora, la nevera o frigorífico... los electrodomésticos en sí mismos, como los avances en medios de comunicación, internet, imagen y un alud de invenciones maravillosas han supuestos grandes avances que nos pueden facilitar la vida (aunque todos ellos sean tan superficiales como cómodos), pero también lo está que nos han cosificado, alienado y deshumanizado en una proporción equivalente... No tengo nada contra la ciencia ni contra la técnica sino contra una sociedad atontada y anonada de tecnología que ha olvidado por completo quién está al servicio de quién y qué es un útil y qué un utilizado...
Imagen y poema se ponen al servicio de esta diosificación de los objetos ofrecidos por la técnica y convertidos en imprescindibles (y empiezo por el cepillo eléctrico por no hacerlo por el móvil, cuya crítica, sin excluir sus evidentes virtudes y mejores, es el más manido y evidente representante de mi reflexión sobre, a estas alturas, quién está al servicio de quién...hasta transformarse en un vicio y una droga de la que muy poca gente sabemos prescindir cuando no es necesario...)...
Así reza el poema que lo compone:
Virgen de los desamparados
te me eliges.
Yo te inventé las noches, tú los cielos.
Rebaños de marfiles te veneran
y esperan que los toques de melena.
La nata curativa en tu alcachofa,
girando has de esparcir con tu fregona.
De eléctrica energía me los unges...
Y friega que te friega...
y frota que te frota...
agua fresca y limpia y espuma
de victoria.
Virgen de los desamparados
te me eliges.
Te adorarán vehementes multitudes,
icono de limpieza sanitaria
que encalas las murallas de las bocas
y refrescas lenguas y paladares
de tus adoradores a todas horas.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ