El caligrama representa una corrida de toros, surgió, junto con una serie de poemas, en comnemoración, tanto de la bolición de corridas de toros en Cataluña como por el Centenario del nacimiento de Miguel Hernández, quien tanto amó este espectáculo como para guiar varios de sus mejores poemas y escribir una enciclopedia del toreo junto con Cossío (y no fue precisamente el único, entre otros Federico García Lorca, y su Llanto a la Muerte de Ignacio Sánchez Mejía). Así, el poema y caligrama muestra al ser humano, a la España de casta ante su propia encrucijada ante su ritual más espectacular, más dramático, más atormentado, más humano, denunciado, no sin razón, por los antitaurinos, pero aprovechado de manera injustificable por los independentistas, que bien supieron ver el cariz monstruoso de la muchedumbre alentando y disfrutando de la muerte de un animal sacrificado, pero no supieron apreciar ni el valor del torero que se juega la vida, ni el cariz equivalente de los Correbous catalanes, ni apreciar que la verdadera tortura no está en la muerte del animal (quien además tiene la oportunidad de salvar su vida si mata al torero), sino precisamente en todo lo que le acompaña: ser trasladado de forma vejatoria hasta un lugar donde va a ser vejado, soltarle ante el griterío humano, clavarle banderillas y puyas, obligarle el instinto a empitonar el rojo de la capa y finalmente el sufrimiento definitivo de la muerte, sí, pero para morir nace todo ser vivo... Hay algo peor, salir vivo de la afrenta par repetrirle la tortura hasta el infinito (como haría el Correbou, allí donde sufre un fuego que ve y siente y que le persigue tanto como la masa que le acosa).
El poema insiste sobre el hecho de la ceremonia de la muerte y el sentido, arcaico del sacrificio, y deja en suspenso, pero latente, el hecho de que su supervivencia se debe a esa constación ancestral de medirse ante la bravura y de rito de consagración del guerrero, en este caso, el torero, de superar el valor, el miedo, la muerte, venciendo a la fiera, que desde las prehistóricas ceremonias de iniciación de un guerrero (que antiguamente se aplicaba a todo varón para consagrar su consunción de la madurez, demostrándole un guerrero capaz de superarse a sí mismo como superviviente ante las máximas amenazas a su supervivencia) subyace en el toreo, como ya lo hizo en los gladiadores romanos, que también se enfrentaron, entre otros, a toros bravos (como ya lo hicieron otros pueblos anteriores, como los minoicos y los micénicos) y conformaron un espectáculo de masas... Y todo y así, el toro, el toro bravo, sin duda debe su supervivencia a esa bravura y a su ligazón a la ceremonia sangrienta del toreo, mal que les pese a los ecologistas, y si sobrevive con los Correbous, seguirá siendo gracias a la tortura que le espera, pero en este caso, sin siquiera la nobleza de defenderse de su agresor, sino como un animal que huye asustado del fuego y de las agresiones de un público cuyo único valor es la protección de la masa...: Si había que acabar con las ceremonias sangrientas y las torturas, mejor sería dejarle intentar sobrevivir en el amplio páramo., en la dehesa.. pero... ¿Le dejarían ganaderos y campesinos?... Mucho me temo que no (y así lo demiuestran los osos libres del Pirineo, o los buitres y sus buitreras)... El toreo, en cambio, se hubiese muerto sólo y por inanición, por simple falta de público... Y sí, el arte sí le debe al toreo ese inefable carácter dramático y simbólico que coloca al hombre ante su animalidad más profunda y animal, precisamente aquella que le coloca en la bestialidad más pura, esa que sólo tiene, tuvo, tiene y tendrá el hombre hacia la Naturaleza, hacia los animales y hacia sus semejantes pero sin la cual, el hombre no sería humano, en la miseria más absoluta y en la grandeza de la creación científica, estética y de solidaridad con sus semejantes que ello representa...
En cuanto al poema, glosa al animal en sí, al toro bravo y de casta en su bravura y retrata su destino que lo ennoblece como animal lo mismo que denigra, no a su matador, tan valeroso como él, sino a quienes disfrutan con el espectáculo de la muerte ajena y obvian el sufrimiento de quienes participan directa o indirectamente. La corrida es presentada como el espectáculo de la Danza de la Muerte. El toro bravo es la víctima propiciatoria del público que ofrece el sacrificio y el torero, el sacerdote de la Muerte, la Muerte misma, en un combate a vida o muerte del que aún puede sobrevivir si matase al torero, algo difícil pero no imposible. El hombre es el público que disfruta en la plaza y vocifera los lances de muerte, la sangre derramada y la danza del torero con su capa.
El poema reza así:
Toro, negro de luto y de tragedia,
luna bravía en tu frente baldía,
buscando vas la capa y quien porfía
e intuyes el futuro que te asedia.
Rojo de sangre, cortina que media
entre tu honda bravura y su osadía,
marcada estaba tu hora en este día,
si algún lance de casta no remedia
la hora en que la Muerte tenía cita
con tu vida para así hacerla suya.
Danzando estás con ella aquí en la plaza
la danza macabra con que se excita.
Tres veces te clavó vistosa puya
y una más desde el caballo de raza,
y aún amaga la Muerte su estoque
como un presagio en su mano prendida.
Tu instinto es tu perdición y tu vida,
cual su dolor, la suya le trastoque.
Y está la plaza, toda como un grito,
viendo esta danza al son de un pasodoble.
Esa que grita el arte y la bravura
y que convierte tu martirio en rito
y ve en el sacrificio un acto noble,
carnívora de pasión por la tortura
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ
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