El paisaje delira en una oniriasis que hibrida lo posible y real con lo imposible... Un cono-obelisco es una chimenea obturada, taponada por la cúpula de un campanario octogonal en una perspectiva distorsionada e imposible... El cuello de una botella es el cuello de una chimenea que tapona a su vez la verdadera obertura de la chimenea... El paisaje es árido y sin vida hasta caer por el abismo horizonte y por, el lejanía, asoma un paisaje real de pino que culminan una cima no vista o de una carena montañosa coronada de pinos y los astros celestes son una bombilla y una gafas... En el primerísimo plano, precediendo a la imagen central una varilla que no es más que el tallo dorado de una espiga de trigo...
Plantada está la imagen central y protagonista, el árbol solitario donde el peso de su vida pregona su pasado como las campanas de un campanario que embotan la salida de los humos del zumo hirviente de su vida asfixiada en sí misma y prisionera de sí mismo y la realidad... El hombre, yo mismo, es ya un obelisco, una estatua que espera su litificación definitiva mientras escapan, celestes, la visión en detalle de cuanto le rodea y la luz intermitente de la imaginación y la creatividad, ya de espaldas y ajenas a su creador...: El árbol solitario cuyas invisibles raíces hincadas en tierra le anclan al Sistema y le alejan paulatinamente de la Naturaleza...
Este juego onírico de imágenes-símbolo, con cierto cariz surreal componen la imagen de este pictocaligrama (firmado esta vez en el tallo) que reafirma su contenido con la letra del poema que aparecen en las imágenes en primer plano:
Árbol de la soledad, tú coronas
el recinto,
angosto cuello de tus malos humos.
Proa estás de tu angosto laberinto
de las máscaras dulzonas
de tus venenosos zumos...
- ¿Dónde están las campanas que pregonas
y el líquido helado de oasis de oro? ... -
Estrangulado de hastío,
haces chimenea de tu obelisco,
tallado de orgullo, terco y baldío.
- ¿Cuándo te volviste arisco?...
¿En qué agudo cuchillo de tu daño?.
¿En qué tedioso engaño?... -
Allí perdiste toda tu alegría
y allí te volviste huraño
mientras ya tu corazón se extinguía
y te construía como un extraño.
Allí conociste tu abismo,
inhóspito como tú mismo,
mirándote en tu recia celosía.
Antorcha de tus días te me esculpes
en un mundo feroz, sin alicientes
que pide, por vivir, que disculpes
ante el templo de su mil serpientes...:
- ¡No me disculparé jamás!...
¡Monstruo sin alma!...
Detrás de mi silencio, tú ves calma...
¡No te fíes!... Es por demás
que sé de mi lugar
y qué es quien vive y siente quien lo esculpe...
No me he de disculpar,
sólo vivirte.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ