En un mundo global y de masas, los seres humanos nos hemos ido volviendo insensibles al dolor y la injusticia. Paseamos impasibles nuestra indiferencia sordos, ciegos, mudos, cada uno encerrados en nuestro cuerpo como estatuas atadas al lugar que nos acuna, acultura y alimenta... Así lo representa el caligrama, hombres, seres humanos caminando en un espacio sin relieves, cada uno ensimismado y aislado del mundo, mecanizado y huecos de rutinas, siervos del Sistema que nos amamanta. La ciudad se ha vuelto invisible, el paisaje es un infinito paso de cebra que nos lleva de casa al trabajo y de l trabajo a casa sin siquiera molestarnos en observar qué ocurre alrededor. Es el gran triunfo del Sistema: Habernos vaciado por completo.
Es el retrato de la soledad millonaria en multitud.
Casi todas las figuras humanas son caligramas. La mujer en primer plano contiene los dos sonetos primeros y la que ella oculta, a su derecha, el cuarteto y entre los cuatro que quedan de cuerpo entero se reparten las sextas rimas. Sólo queda sin versos el hombre al que sólo se le ve la cara y la parte superior de tórax. Los demás, como el mundo que nos rodea, es la Nada misma y el poema dice así:
Come estatuas, ancladas sus figuras
en su instante y en su gesto, la gente
de la gran ciudad retrata la fuente
del vacío y la soledad puras.
Rueda por sus angostas comisuras
el zumo cristalino del demente.
Imantado de proclamas, su simiente,
germinará en un árbol de armaduras
para crecer de piedra dura y fría
su cuerpo, su mente y su corazón,
todo cableado de impulsos huecos
imantados del poder que los cría,
el que les ha vaciado la razón
y convertido a todos en sus ecos.
Desfilan sus fantasmas coloridos
por la gris alfombra del duro asfalto,
como figuritas de un belén falto
de belleza y de todos los sentidos.
Androides al fin teledirigidos
a su nada sin ningún sobresalto.
La rutina que los pega al asfalto,
cuerpos de piedra siempre endurecidos,
mantiene los abismos del vacío
en su corazón y en su mente oscura.
También les dictó su álbum de recuerdos
y los envolvió en su manto de hastío
para fundir de acero su armadura
que oculta el letargo y mantiene lerdos.
¡Oh, gentío que riegas las ciudades
con tus rebaños de hombres obedientes!
Y los sabes siervos de las serpientes,
de sus vicios y todas sus maldades.
¡Ciego estás a todas las crueldades
que plantan en el mundo sus simientes!.
¡Poco te importan pobres indigentes
y marginados de tus veleidades!.
¡No existen para tu alma millonaria!:
Son piojos que producen urticaria,
invisibles a tu mente de piedra.
Y como ellos, rechazas los distintos
y los que han liberado sus instintos
y escalan a sus mundo por la hiedra
que a tus muros de mármol se encarama.
Nada ajeno a tu mundo te reclama.
Espejo de tus iguales, multiplicas
por doquier tu imagen tan prolífica
como si tu abundancia magnífica
provocase unas conciencias más ricas
y así engañas a los ingenuos bobos
y los dejas a merced de tus lobos,
reyes de tu violenta hipocresía.
Reniego yo de andar en tu rebaño
y prefiero sufrir mi propio daño
a tu hastío huero de poesía.
¡Prefiero tener rostro y un destino
que ahogarme en el mar de tu insulso vino!
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ