De nuevo un picocaligrama. En este caso con la imagen de un viejo indio americano. No importa si de Méjico, Centroamérica o Sudamérica. No busca uno determinado sino uno genérico. Su rostro grabado a surcos como los que ha grabado su origen y su tierra en su piel muestra el poema en el sombrero, en el perfil de su rostro y en su rasgos y sombras rostrales y reza sobre su origen, su situación colonial y su situación actual como una denuncia del ninguneo al que les llevaron aquellos criollos y mestizos que detentan el poder desde su conuista y colonización a la incluso más radical posterior... Es su historia como lo es la de todos aquellos amerindios de toda América, Norte, Centro y Sur que se vieron postergados por la conquista, colonización y posterior independencia que lleva a los estados actuales. Pertenece a hispanoamérica, pero no nos engañemos, no es muy distinta la situación en Norteamérica... Es la historia de un sufrimiento y postergacón continuados, la historia y la denunca de una injusticia sabida pero, de momento, no arreglada... Así reza mi poema, el poema que lo constituye:
Arado con los surcos milenarios
de mi sangre, mi raza y de mi piel
de los antaños que fueron de miel
y de sacrifcios estrafalarios
y de los posteriores relicarios
cuando, hincada la rodilla, fue hiel
convertirse a dioses nuevos, ser fiel,
ser esclavos, parias o mercenarios
de un Imperio lejano y pendenciero.
Perdí mi lengua y otra me trajeron,
mis señas, no, pues, surgen de la tierra.
Sumiso se volvió mi pueblo fiero:
Esclavo de la tierra lo volvieron.
Otro poder surgió que nos entierra
cuando dejó de ser colonia ajena.
se fue el poder, mas no los poderosos,
híbridos de sangre y siempre celosos
de mantener rango y fortuna plena
y al pueblo bajo sus pies como arena
que ollar, y pasto de tiempos fragosos
que arando están mis surcos dolorosos
que ocupa la miseria cual condena
de hambruna y de pobreza milenaria.
Nómdas andinos que el cóndor cela,
sombras que a sí mismo en la selva buscan,
mercaderes, labriegos en su Icaria,
pastores y pescadores de vela
en los que males se ceban y ofuscan...
Mi yugo es ya una cadena infinita
que somete mi piel cobriza y seca
y martillea en la concienca rueca
que hila de instantes mi cárcel maldita
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ