El caligrama representa una de las figuras de piedra características, probablemente la más conocida, de la Ciudad Encantada de Cuenca. Unas rocas que ha tallado la erosión aérea, acuosa e incluso los hielos invernales y que han adquirido caprichosas formas que nos recuerdan animales, cabezas humanas y monstruos. En sí, es más un pictocaligrama que un caligrama. El poema se aglutina por completo en la roca y sus sombras y en unas rocas más cercanas en el espacio y deja al dibujo los árboles y arbustos, la vegetación, el paisaje y algunas rocas y piedras menores con sus sombras para recrear el paisaje, de por sí enigmático y sugerente. El poema que lo conforma, mi poema, precisamente versa sobre esa capacidad de sugerencia del paisaje, su carácter hipnótico, mágico y sugerente que nos induce a liberar la imaginación y con ella, nuestras pesadillas y nuestros miedos. Esa capacidad de sumar intranquilidad a la fantasía y recrear nuestros miedos ancestrales que seducen nuestra imaginación. Hay una interrelación entre el poeta y lo imaginado, estableciendo un incontestado diálogo entre ambos que muestra la lucha entre realidad e imaginación sugerida, y dice así:
Bajo tu pétero sombrero,
tu rostro enigma de gigante...
- ¿Qué hiciste con tu pellejo de cuero? -
Quizás el suelo atrapó, impresionante,
todo tu enorme cuerpo entero.
Tú me miras atento y vigilante,
preso también de esta ciudad hipnótica
encantada por magos del Averno
donde las piedras aprisionan sueños,
monstruos y animales cuyos dueños
se retratan junto a la puerta gótica,
recordando habitantes del infierno.
¡No me mires más!... ¡Me das desasosiego!...
No quisiera perder tanta belleza
y quedarme ante ti ya mudo y ciego
porque tu fantasma enloquezca mi cabeza.
¡Déjame verla, mente, te lo ruego!.
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ