![](https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgwSTFaVlshqptNHtY1qMwNDbNLaaCWeaCd5F7xitRY47-lntiVekeuhCryHQAmlVwObZeGXZiT_FF5aiTX7lwkuetwpIqhtELq6Qt38v3fiRmRnlI2ScTdZI3tLEz57XCoPSRo3TjZrDA/s320/msoC657.bmp)
Arado con los surcos milenarios
de mi sangre, mi raza y de mi piel
de los antaños que fueron de miel
y de sacrifcios estrafalarios
y de los posteriores relicarios
cuando, hincada la rodilla, fue hiel
convertirse a dioses nuevos, ser fiel,
ser esclavos, parias o mercenarios
de un Imperio lejano y pendenciero.
Perdí mi lengua y otra me trajeron,
mis señas, no, pues, surgen de la tierra.
Sumiso se volvió mi pueblo fiero:
Esclavo de la tierra lo volvieron.
Otro poder surgió que nos entierra
cuando dejó de ser colonia ajena.
se fue el poder, mas no los poderosos,
híbridos de sangre y siempre celosos
de mantener rango y fortuna plena
y al pueblo bajo sus pies como arena
que ollar, y pasto de tiempos fragosos
que arando están mis surcos dolorosos
que ocupa la miseria cual condena
de hambruna y de pobreza milenaria.
Nómdas andinos que el cóndor cela,
sombras que a sí mismo en la selva buscan,
mercaderes, labriegos en su Icaria,
pastores y pescadores de vela
en los que males se ceban y ofuscan...
Mi yugo es ya una cadena infinita
que somete mi piel cobriza y seca
y martillea en la concienca rueca
que hila de instantes mi cárcel maldita
MANUEL MILLÁN CASCALLÓ